El alcohol y el deporte son incompatibles, especialmente cuando la resaca hace acto de presencia. Tras una noche de excesos, cuando suena el despertador, tienes la boca más seca que nunca y cada intento de moverse se siente como si el cuerpo arrastrara una carga extra. Aún así, el partido de pádel está programado y hay que cumplir con los compañeros. Aunque el alcohol pueda generar una sensación momentánea de euforia, su impacto real es devastador: reduce la velocidad de reacción, la coordinación y aumenta significativamente el riesgo de lesiones. Jugar al pádel o cualquier deporte en estas condiciones no solo disminuye el rendimiento, sino que somete al organismo a un estrés cardiovascular innecesario, convirtiéndose en una apuesta arriesgada para la salud.
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